🇷 Relatos Cortos

®️ Una gota de café.

Una gota de caféMe encontraba mirando televisión… esas tardes grises, víspera de madrugada lluviosa y tormentosa, estaba solo, completamente solo, y tocaron timbre.

La esperaba, sabía que vendría puesto que: Necesitábamos discutir algunos puntos sobre la última entrevista.

Llegó con una carpeta color azul…, los jeans, camisa clara, el pelo revuelto, largo, negro como azabache, sedoso, sí…, muy sedoso, al cerrar los ojos puedo recordar la suavidad del mismo y el aroma, aroma a la peor de las invitaciones, pero guardé silencio invitándola a pasar…

Subió cada peldaño, escaló delante de mí y me rehusé a mirar sus piernas, tan solo seguí detrás hasta llegar al living, la invité a sentarse, viéndola acomodarse en el sofá, dejó la carpeta sobre la pequeña mesita y dijo.

–    Esto debe estar listo para mañana.

Me quedé de pie, observándola, cuando daba una orden sus ojos se clavaban en los míos, era como un constante reto, ella lo sabía, yo lo sabía, pero la decisión de callar fue de mutuo acuerdo, aún sin jamás haberlo hablado.

Revisamos aquellos documentos, discutimos términos, hasta que hablé.

–    Que mal educado, no te ofrecí nada para beber, ¿Querés un café?

–    Si, gracias.

–    Acompañame a la cocina.

Mientras me seguía, comentó.

–    Siento que hoy no tienes ganas de trabajar.

Estaba de espaldas a ella, intentando hacer funcionar la cafetera, pero sentía en mí su mirada y respondí.

–   ¿Lo seguís tomándolo con dos de azúcar?

–   ¿De qué hablas?

–    Del café.

–    Te acabo de preguntar algo.

–    También yo.

–    En ocasiones…, detesto tu comportamiento.

Giré respondiendo.

–    En segundos estará listo, ¿Querés un cigarrillo?

–    No gracias.

Sus caderas estaban levemente apoyadas sobre la mesa de la cocina y yo en frente, recostado a la mesada, fumé en silencio y cuando escuché el sonido de la cafetera, tiré el cigarro, serví la bebida caliente, volviendo a preguntar.

–    ¿Dos de azúcar?

–    Sí.

Le alcancé su taza y regresé a mi lugar, las miradas se cruzaron y la cuestioné.

–    ¿Por qué detestás mi comportamiento?

–    Si no tienes ganas de trabajar, dímelo.

En ese instante llevó la taza a sus labios, bebió un sorbo y al regresar el pocillo al plato, una gota de café calló en su camisa, me acerqué despacio, le quité la tacita, me miró preguntando.

–    ¿Qué haces?

–    No, no tengo ganas de trabajar.

Pasé mis dedos por su rostro, delineé el contorno de sus labios, cerró los ojos, mi mano abierta recorría su cuello, que arqueado parecía pedir, exigir más, mi boca aceleró el paso a la suya y rozando su labio inferior, susurré.

–    Tengo ganas de vivir.

–    Landon…

–    Shhhh…

Un beso unió nuestras bocas, un temblor sacudió nuestros cuerpos, un solo latido hizo eco en el silencio y una locura pasó por mi mente… La expresé.

–    Te quiero mía.

–    Landon…

Pero… Me besó con fuerza, arrebató a la vida una decisión, metió sus uñas en mi pelo, tiró con desmedida pasión… a mis manos le crecieron alas para volar sin censura, aunque fue solo uno de mis dedos quien se atrevió a pasar por su escote y detenerse en medio, deslizando mi mano abierta por su pecho, sin pensarlo, solo sintiéndolo por encima de la tela manchada de café.

La sentí vibrar cuando la palma de mi mano se detuvo al chocar con la protuberancia en su camisa, desprendí con cautela aquellos botones, liberé su piel, mordí su cuello, pero no le entregué mis labios.

Fueron muchos los años que esperé ese instante y no lo desperdiciaría en cinco minutos.

La hice girar, dejándola de espaldas a mí y la escuché decir.

–    No…, por favor no…

–    Lo deseás tanto como yo.

–    Quiero ver tus ojos.

–    Después, no hay prisa, solo sentí el deseo recorriendo tu piel.

La apreté fuerte, mis manos se colgaron de sus pechos desnudos, mi boca volvió a su cuello, mordiendo muy despacio su hombro izquierdo, lo peor de todo fue cuando sentí sus propias manos sobre las mías, siguiendo el ritmo ascendente del deseo abrazador, sus uñas fueron única tortura desenfrenada hasta que decidió llevarlas hacia atrás y enganchar con sus dedos mi pelo, momento en que aproveché para bajar una de las mías, desprender sus jeans y deslizarme por dentro de sus pantalones, inmediatamente sus dedos caminaron los míos y apretándome muy fuerte, suplicó.

–    Por favor no…

No hice caso, continué porque deseaba un poco más de mil cosas juntas y encontré en su piel el manantial de placer, ese del cual desde hacía muchos años quería beber.

La hice girar nuevamente, sus pechos ofrecían la libertad de una indiscreción, sencillamente sentirlos sin tabúes, pero decidí deshacerme de sus jeans, se los quité, despacio, sin prisa, pero subiendo con mis labios por sus piernas, olvidando que estábamos en la cocina, ella seguía apoyada en la mesa, entre los deseos que emanaban de su cuerpo, mi boca buscó aquella cascada y la encontró, muy calmadamente me abrí camino al placer, su pierna derecha quedó sobre mi hombro, degusté su esencia, aprisioné aquel diamante escondido, sentí en mi pelo su mano, me apretó contra ella tan solo por un instante. para luego tirar de mí y decirme.

–    Te quiero mío, te quiero muy dentro de mí…

Sin hablar, sin decir nada… sin palabras me incorporé, sus piernas rodearon mi cintura, sus manos desprendieron mis jeans, la locura caminaba mis deseos y la libertad de mi pasión se apoderó del descontrol, entre tanto mis pantalones caían como silenciosos testigos de un encuentro inesperado, o quizá demasiado aguardado por dos personas.

Cautelosamente me fui acercando, sin premura busqué la entrada de su cuerpo y la encontré, milímetro a milímetro iba hallando mi propio yo, la suavidad de aquella humedad provocada por deseos instantáneos y ocultos desde años me dejaba deslizar tan dentro suyo que… que creí morir y volver a nacer.

Sentirla vibrar al paso de mi intimidad en su cuerpo fue lo más bello, sentirla mujer en toda su plenitud… en ese momento, justamente en ese segundo deseé besar sus pechos, jugar con ese rubí adornando su centro, esa misma gema que bailoteaba entre mis labios, sus gemidos resonaban en mis oídos, las uñas de aquella diva se clavaban en mi espalda, quizá pidiendo más, apreté su cintura, me hundí en ella con algarabía, la escuché decir.

–    Acércate más, quiero sentirte muy dentro de mí… Landon… Te Deseo…

–    ¿Y por qué has callado tanto tiempo?

–    Por el mismo motivo que tú lo has hecho.

Cada suspiro me volvía loco, cada quejido devolvía una razón a mi existencia, cada caricia me hacía sentir vivo. Despacio, la sostuve con fuerza y me senté en la silla cercana a la mesa, sin salir de mi escondite dentro de su cuerpo la apreté con ambas manos por la cintura hasta conseguir que me sintiera todito dentro, palpité en silencio, se apoderó con marcado ahínco de mi pelo, ofreció a mis labios sus pechos y fui lascivo en sus entrañas.

Solo susurré.

–    Chiquilla mía…

–    No me digas chiquilla, soy mayor que tú…

–    Sos mi chiquilla, sos la locura transformada en mujer, sos la amazona en celo que esconde sus deseos. Simplemente sos mía…

–    Y me gusta serlo.

Pero un intenso gemido detuvo el tiempo, sus manos buscaron la mesa para apoyarse, se arqueó como jamás nunca antes nadie se había arqueado, sus piernas apretaban mi cintura, sus movimientos se hicieron intensos, su piel tibia me arrebataba los sentidos, su cabello volaba al unísono con los deseos, su mirada se clavó en la mía, aquellos ojos se volvieron más negros y mordiendo su labio inferior, me exigió en un grito callado.

–    Siénteme, ámame, poséeme, pero no me hagas sufrir más.

Recostándome más en la silla, pregunté.

–    ¿Me querés completo?

–    Quiero que me bañe tu deseo, que me doblegue tu fuerza y que me devuelvas la vida.

–    Dame tu esencia ahora…

–    ¿Es una orden?

–    Entre titanes no hay ordenes, pero en este instante quiero que me empapes con tu madura inocencia.

–    Landon…

–    Aldana…

–    Mi amor…

Pero aquel mi amor quedó prendado del café, cuando en movimiento crucial, único y despiadado, apoyó más sus manos para recibirme con mayor fortaleza y entregándome hasta la última gota de su esencia, mordió su labio inferior y en un gemido letal, me entregó la vida, los deseos y la posibilidad de volver a sentirme vivo en brazos de una mujer, que con su aptitud callada y mirada fuerte, logró arrancarme el más intenso orgasmo de toda mi vida.

Los corazones latieron, dialogaron sin nosotros, estábamos empapados, sentía el poder del deseo, la locura de sentirme hombre dentro de su cuerpo, la insensatez de saberme feliz… Sus uñas dibujaron el contorno de mi rostro, una lágrima rodaba por sus mejillas cayendo entre mis labios, la bebí y cuando nuestras miradas volvieron a encontrarse, susurro muy quedamente.

–    Te amé en silencio, te deseé con locura, no dormí por soñarte y ahora, no viviré por tenerte, te deseo Landon, te deseo con desquicio, me sentí mujer con tu mirada, más que en los brazos de otro hombre, te busqué en la mirada de esos caballeros que compartieron mi cama, te llamé a gritos, te supliqué en silencio, pero jamás creí que tenerte, sería la razón más intensa de mi vida, eres un hombre con sabor a desafío… Pero… Tú… ¿Qué sientes tú?

–    La locura de un deseo, esa sensación de sentirme completo, la osadía de ser fiel a mis ganas de poseerte, ser dueño de tu mirada, gendarme en silencio de tus palabras confesadas a medias, el sueño de tenerte, por años guardado aquí en mi pecho, el instante indiscreto que sin buscarlo encontré, la sensación de sentirte temblar entre mis brazos, saberme dueño de tu piel al confirmar tu insensatez, sentir que por desearte no estoy cometiendo un pecado, saber que cuando no esté pensarás en mí, que cuando esté compartirás conmigo mis deseos de hombre, mis diálogos con la vida, nuestras cosas, nuestros momentos y que el deseo que llevo dentro, es tan solo, la necesidad de amar, de sentir y confirmar que puedo hacerte sentir, que también siento y sobre todo, que una entrega entre dos, es algo más que un orgasmo, que sexo, es simplemente…, el instante de una entrega total, sin límites, sin reproches, sin más nada que nosotros dos, contigo no me siento culpable de vivir, contigo me siento… “Un hombre real y no un monigote del destino”. No me siento juzgado, me siento libre, no me siento culpable por anhelarte, palpo la realidad de mirarte y decir: te deseo sin culpas, sin explicaciones… Lo que siento lo sabés, sos la dueña absoluta de mis ganas de hombre en plena libertad de amar…

–    Se que no me amas, sé que te amo y me gusta ser la dueña de tus deseos, acallados silencios, deseos con lágrimas en tus bellos ojos mi amor, deseos de caballero, ese caballero gendarme de mil sueños, guardián de luchas internas, hombre en todo el sentido de la palabra, señor respetable, absoluto y dueño de mis ambiciones de mujer…

Durmió en mi lecho y al amanecer no estaba, ya se había ido, pero se llevó mi camisa, dejándome la suya… manchada de café…

No hubo exigencias, no hubo promesas, solo existió la decisión del silencio, la adultez de sobrepasar la siniestra extravagancia de perderme sin culpas en aquel cabello negro, en aquellos ojos negros y la locura clandestina de sentirme vivo, aun sabiendo que estaba muerto.

Descubrí que no es pecado “El deseo” … Por culpa de una Gota de Café…

Rostro Enmascarado

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