🇷 Relatos Cortos

®️ Pendiente rojo cristal

Tarde sombría, riguroso transito empedernido, locura de la gente escampando la ciudad en busca de tranquilidad, ferviente deseo en mis pensamientos.

Conduzco el auto en plena ruta de una metrópolis casi suicida, la aglomeración me pone loco, estancamiento de coches por doquier, el frío es intenso, las gotas de lluvia dibujan mil formas ante mí, sueño despierto…

Cruzo el Lincoln Túnel, y adentrándome en New Jersey al fin se aclara un poco el camino, ante mí tengo la ruta 1-9 y el Turnpike, mejor ir por este último, es más rápido, la 1-9 tiene infinitos semáforos de nunca acabar. Después de 15 minutos puedo entrar en la salida 15W, directo a la 280 West, me interno allí y la lluvia parece menguar. Las 5 de la tarde, al vértice del otoño e invierno, se me hace pesado el camino, pongo un cd de música clásica, por ahí se escucha el sonido de un piano, me relajo…

Continuo, entre tanto mis labios sostienen un Parliament 100, mis cigarrillos de siempre. Ante mí se abre un conjunto de paisajes únicos, montañas, puentes y naturaleza casi salvaje, después de 20 minutos en la carretera, entro en la salida del Lake Hopatcong, continuo por 10 minutos más, llego al lago, doy la vuelta subiendo una pequeña montaña y por fin puedo estacionar allí. Bajo corriendo, las llaves quedan dentro, pero no me preocupa, ahí nadie es capaz de robar nada, toco timbre, tiemblan mis manos, aguardo impaciente y se abre la puerta, aparece ella, tan radiante, exuberante y sensual… Con aquellos pendientes de cristal rojo, únicos en su género.

No puede ser así, pienso, ella sonríe diciéndome.

– Esperaba por ti.

No puedo hablar, las piernas vibran, pero ella… Ella engancha mi corbata y tira sin pudor, acercándome a su rostro, dice muy cerca de mis labios.

– Esperé demasiado este momento como para desperdiciar un solo segundo… Bésame…

Pero no quise besarla, cerré los ojos limitándome a sentir su roja boca sobre la mía, jugueteando sin cesar, torturando los sentidos, llamando al olvido y la moral, un suspiro se escapó, entré cerrando la puerta con el pie, la tomé en mis brazos, caminé al dormitorio, la dejé en la cama, la observé en silencio…

Estaba siendo el peor de los bastardos, me convertía en el clandestino más feliz de los mortales, pero de pronto, a mi mente llegó el ruido de una pelota, el trinar de los pájaros en un partido de fútbol, donde mí hermano era el mejor atajando goles, ese día el partido se decidió por penales, él siempre había sido el mejor en todo y de pronto, estábamos frente a frente, el cuidando el arco, yo esperando el silbido del árbitro para pegarle a la pelota, y al fin el silbido se escuchó, metí el gol y mi equipo ganó el partido. Al finalizar el mismo le pregunté.

– ¿Cómo es posible qué no hayas atajado ese gol?

Respondió sonriendo.

– Por el único que puedo dejarme ganar es por ti, que eres mi hermano.

Al fin de cuentas mi hermano mayor, el mismo que me regaló la primera corbata, quien me enseñó a conquistar una mujer, con él, fui al primer baile, estuvo fuera del hotel la noche que debuté, quien permaneció en el hospital durante largas noches sin dormir, cuando me quebré una pierna, él mismo, que al partir por un viaje de negocios me dijo.

– Te encargo a mi esposa.

No debía dejarlo plantado por culpa de estar con una mujer.

Mi camisa a medio desprender, la estrujé entre mis manos, sonreí con miedo, pero seguro y le dije a ella.

– Debo irme.

– ¿Justamente ahora? No me puedes hacer esto.

– Mi hermano llega en dos horas al aeropuerto J. F. Kennedy y no puedo fallarle.

– ¿Me dejas por ir a buscar a tu hermano al aeropuerto?

– Sí.

– Existen los taxis.

– Me retiro.

Me miró con desprecio, salí de allí corriendo, algo quemaba mi garganta. Llegué al aeropuerto después de una hora de camino, fumé nervioso, caminé impaciente y volví a entrar, anunciaron que el vuelo arribó sin complicaciones y luego de quince minutos, lo distinguí entre la gente, corrí a su encuentro, lo abracé en silencio, me palmeó la espalda como de costumbre y me dijo.

– ¿Cómo estás hermano?

– Muy bien ¿y tú?

– De maravillas.

Ante nosotros apareció su esposa, quien venía retrasada, lo abrazó con fuerzas, se besaron en la boca, me saludó con un beso en la mejilla y él dirigiéndose a su amada, comentó.

– No te esperaba, nunca vienes a buscarme.

– Es que hoy quería hacerlo.

Mi hermano se despidió con un apretón muy fuerte, me dijo.

– Te quiero hermano y gracias por todo.

– De nada y se feliz.

– Siempre lo soy o ¿no te percatas con la mujer qué me he casado? La más bella diva y, sobre todo, de quien vivo cada día más enamorado.

– Me alegro por los dos.

Ella se despidió de mí con otro beso en la mejilla y los vi alejarse tomados de la mano, iban sonrientes y felices.

Y cuando salieron a la calle rumbo al estacionamiento, ella miró hacia atrás, pero entre la gente, solamente pude distinguir el reflejo de la luz artificial sobre un pendiente rojo cristal.

Siempre hay tiempo para rectificar.

Escritor Rostro Enmascarado

©Derechos de autor

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